viernes, 10 de octubre de 2008

¡Enviado!

Hoy 10 de octubre he enviado a la editorial SM mi aportación para el concurso de "El barco de Vapor".
Nada más enviar mi novela en seguida me he puesto a pensar que no estaba todavía lista, que necesita más revisiones (y llevo cinco)... Pero formaba parte de un reto personal, y nada ha terminado aquí. Sigo escribiendo, sigo en camino...

viernes, 3 de octubre de 2008

Los sospechosos no viajan a Suiza (1)

(Hace muchos años, cuanto comenzaba en esto de la escritura, se me ocurrió experimentar con una historia en la que no hubiese un narrador imparcial, sino que se basase en testimonios que, quién sabe, pueden no decir siempre la verdad. Algún día explicaré de dónde me vino la idea, pero ahora aquí va el primer fragmento de "Los sospechosos no viajan a Suiza")

1
Joe no podía haber sido el ladrón, él nunca tuvo ninguna idea brillante, y la gente decía que era incompetente. No sé si será verdad, pero lo cierto era que se había enamorado de Pam, y podría haber hecho cualquier cosa sólo con que ella se lo insinuase; jugarretas del corazón.
La madre de Joe, por el contrario, tenía un especial sentido común. No dejaba de aconsejar a su hijo que dejase a Pam, pero la chica tenía una extraordinaria personalidad, y parecía controlar a Joe; sus movimientos e incluso, según alguien llegó a decir, sus pensamientos. El padre de Joe, Bud O'Harlay, sólo quería la vida para beber cerveza. Se oía decir que Bud y Pam se reunían todos los viernes por la noche en casa de ella, cuando Bud salía del taller mecánico donde trabajaba. Por supuesto que eso no era verdad, pero la gente oye, la gente dice...
Pam podía haber robado el banco, si eso hubiera sucedido, nadie en todo Dublín se hubiese sorprendido. Era una mujer arrolladora, alta y rubia, vestía y se enjoyaba bien, y era excepcionalmente fuerte de carácter. Podía endulzar sus ojos durante algún tiempo, si eso le hubiese servido para algo, pero terminaba mostrando su verdadera personalidad, aplastante, avariciosa en extremo y capaz de cualquier cosa para conseguir lo que se propusiese.
Tenía una carrera muy brillante, y fue eso lo que me escamó cuando vino a pedir trabajo al banco; con su historial podía aspirar a bastante más, aunque, dada la realidad y el desempleo, dejé de dudar de ella y la admití en las oficinas del banco, encargándose de las transacciones comerciales con el extranjero.
No tardó nada en apoderarse de todo el personal de la oficina; las mujeres la envidiaban sólo por su apariencia y de los hombres mejor no hablar. Hubo gran revuelo cuando se supo que había puesto sus azulados ojos en Joe, un simple cajero a punto de ser despedido por inepto.
La señora Marie O'Harlay, vino un día a hablar conmigo, muy misteriosa, la dejé pasar a mi despacho y me cantó las cuarenta acerca de su hijo y de Pam, y me exhortó a que interviniese. Yo le aseguré que no había nada que yo pudiese hacer y se fue poco después refunfuñando y diciendo que nos volveríamos a ver. Bellísima persona aquella viejecita, lástima que ahora... pero sigamos con Pam, que tiene mucho que enseñarnos todavía.
Yo comencé a sospechar de ella cuando empezó a salir con el zángano de Joe, por segunda vez, podía aspirar a más, pero ahora era exagerado, estaba tramando algo, y yo quería saber qué era. Descubrí entonces el jaleo que había armado con Bud; el pobre hombre, un borracho cincuentón de cuidado, tropezó con Pam en un pub de los barrios bajos. Según me han contado demostró interés por Bud en cuanto se enteró de que era el padre de su novio, pero lo que Pam no sabía era que Joe estaba en aquel momento trabajando en aquel pub, reparando la caldera o algo parecido. Cuando salió de allí y los vio charlando tan animadamente se indignó y, tomando a Pam por el brazo la hizo salir del local. Fuera tuvieron una discusión y parece que Joe no quedó muy bien parado.
No tardó en aparecer el rumor acerca de Pam según el cual se reunía todos los viernes por la noche con alguien en la habitación alquilada donde vivía y tenían la luz encendida hasta al menos las tres de la noche, aunque yo sabía quién era su acompañante y, por supuesto, no era Bud como se creía.
La última vez que vi a la madre de Joe antes del robo fue una semana después de que comenzase aquel rumor. Vino, como la otra vez, muy nerviosa, y me pidió que charlásemos en privado. Una vez en mi despacho me exigió, llorando, que hiciese algo para detener a Pam de una vez, ya que se había enterado aquella misma mañana según me explicó, de que su esposo también se relacionaba con aquella ‘bruja’ -dijo textualmente. Tuve que salir de mi despacho y llevarle una tila. La tranquilice y le asegure que no había nada de verdad respecto a su marido, le dije que estaba informado de todas las andanzas de mi empleada y que se veía con otra persona que yo no estaba autorizado a mencionar, pero que no era su esposo.
Al día siguiente, viernes, tenía que llegar un furgón blindado con suficiente dinero como para poder perderse durante bastante tiempo por el mundo. Muy pocas personas sabían de esta entrega, tres de mis empleados -entre ellos Pam-, y yo.
Poco después de haber sido descargado el furgón, alguien hizo sonar la alarma y organizó un gran revuelo en todo el banco. Y así se hizo todo, el dinero dejó un momento de ser vigilado y desapareció. Cuando poco después llegó la policía ya no encontraron nada.
Pam no dejó de estar visible aquella tarde, había salido un cuarto de hora antes y en un momento ya estaba, vestida y dispuesta, en el pub de costumbre con Joe.
En cuanto la policía se enteró del carácter confidencial del furgón, apareció por el banco el detective Barrow, de la oficina central de policía, y se puso a hacer preguntas a todo el personal, e incluso a mí, no podía creer que sospechasen de mí también.
Por cierto, aún no me he presentado, yo soy Edward Cramer, el director del banco y, a veces, el jefe de personal porque Criss, la verdadera jefa de personal, nunca estaba cuando se la necesitaba.
La policía siguió haciendo preguntas y más preguntas durante un par de semanas, hasta que todos quedamos hasta las narices del tal Barrow, entonces nos dejaron en paz y nos aseguraron que encontrarían el botín.
Y esto es todo lo que tengo que decir. Atentamente,
Edward Cramer