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Sólo cuatro personas en aquel banco pudieron haber robado el dinero; Pam Wilson, encargada de las transacciones comerciales con el extranjero; el propio director del banco, el señor Cramer, un tipo excéntrico, de edad madura, calvo y grueso, que siempre tenía interpretaciones matemáticas para todo, hasta llegar a exasperar a todos los empleados, aunque claro, era el director y nadie escatimaba loas y alabanzas al gran dios griego, realmente era un tipo despreciable, sólo veía aquello que él quería ver, y las cosas eran siempre como él las interpretaba, aun si la interpretación fuera estúpida. La señorita Cristine Harlow la jefa de personal, estaba ya harta de sus constantes refranes y ‘verdades de libro viejo’ como ella las llamaba. Criss era pelirroja y muy guapa, y aunque tenía un carácter algo arisco, todos los del banco la apreciábamos mucho porque sabíamos que guardaba un corazón de oro, por cierto, ella era otra de las personas que tenía posibilidad de robar el dinero aquel viernes.
La cuarta persona era yo, aunque nadie sospechaba de mí hasta que metí la pata en uno de los interrogatorios y se descubrió que yo sabía más de lo que debería. Tampoco era mucho, sólo lo que Pam me había contado acerca de la llegada del furgón y del lapso de tiempo en que quedaba el dinero fuera de vigilancia, sólo un instante, pero suficiente como para que se armase todo lo que se armó.
De todos modos no tardé en quedar fuera de sospecha, ya que al menos dos de los guardias de seguridad, creo que fueron Tom y aquel del que nunca recuerdo el nombre, me vieron cuando sonó la alarma, que más que ayudar sólo consiguió confundirnos, y así se lo declararon a la policía. Sin embargo, El señor Cramer consiguió que me volviesen a creer sospechoso con sus influencias y todo su poder burocrático, ese hombre debería estar al menos en un sanatorio.
Siempre que sucedía algo en el banco, me lo achacaba a mí, yo era el que lo hacía todo mal, el que siempre se equivocaba y no daba ninguna a derechas, y por supuesto no había forma de defenderse contra estas acusaciones ante él, se creía dueño de la verdad absoluta, incluso por encima de la verdad misma.
Yo creo que me envidiaba porque Pam se fijó en mí y no en él, cuando empecé a salir con ella, noté que Cramer se indignaba por cualquier detalle sin importancia. Y a medida que pasaba el tiempo, y Pam y yo nos entendíamos cada vez mejor, Edward llegó a aborrecerme, e incluso a odiarme. Yo sabía que quería despedirme, y que aprovecharía cualquier excusa para hacerlo, aunque realmente ya tenía yo ganas de alejarme del señor Cramer y de todo lo que él dominase.
(...continuará...)
Joe O'Harlay
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